Recuerdo que uno de los cantos para Dios más hermosos que he escuchado en vida como cristiano, fue uno que tocó y canto un hermano llamado Efraín en una pequeña iglesita en la ciudad de Matehuala San Luis Potosí. Quien conoce la región ha de saber que ahí vive mucha gente de “campo”, que tiene contacto con la naturaleza (plantas y animales). La gente por ahí es humilde (tal vez no todos, pero a mí me toco una gran bendición) y pareciera que pone todo el corazón en lo que hace.
Era de tarde, anunciaron el canto y pasó el hermano Efraín, su guitarra y su esposa. Cantaron algo tipo “campirano” con el clásico chun-ta-ta, chun-ta-ta. Pero recuerdo que el Espíritu Santo estuvo ahí y trabajo en mi corazón al ver y escuchar a estos hermanos. No pude poner mis preconceptos acerca de los usos de la música en la iglesia cuando lo que estaba viendo salía de mi orgullo y mi vanagloria musical.
Claro que NO estoy diciendo que se puede meter cualquier tipo de música en la iglesia o cosa semejante. Mi punto va en la dirección, en que nosotros como músicos, regularmente queremos “impresionar” y nos olvidamos que el que tiene que impresionar es el Espíritu Santo, de quien nos olvidamos muchas veces de invitar a nuestras reuniones y nos olvidamos de incluir en nuestros cantos.
Oremos pues a Dios para ser sumisos a la voz de Dios que nos muestra el camino a seguir respecto la música y los cantos para Dios.
Dios siga contigo.